—Lúlu, baila mi Lú, Lúlu, baila mi Lú, baila mi amor conmigo —canta Yesil animadamente, mientras sigue preparando la comida, y al término de la pequeña estrofa, deja la cuchara grande sobre la estufa, continúa cantando mas fuerte, empieza aplaudir, a bailar, invitando con su mirada a que Alena se una a la celebración de un maravilloso día soleado —Mi pareja dónde está, mi pareja quien la vió. Baila mi Lú conmigo…
Alena empuja a un lado su pequeño platito que ya está servido y sigue animadamente a su madre con los ojos al tiempo que mueve todo su cuerpecito, casi intentando salirse de la silla «periquera» en la que está sentada. Repentinamente, Alena interrumpe a gritos a su madre, que ahora ha perdido la atención de todo lo que sucede en la cocina y se ha puesto bailar dramáticamente al ritmo de su canto.
—¡MAMI! ¡MAAAMI!
Yesil interrumpe todo su espectáculo y le responde amorosamente a su hija:
—Dime, cariño.
—Ca-ri-ño —contesta Alena en tono casi aburrido—. ¡Pero yo quería decir algo!
—¿Qué quieres decir?
—Quiero preguntar por qué me dices Lú, si yo me llamo Alena.
Yesil toma una respiración profunda y le explica con toda paciencia a la pequeñita: —No te llamo Lú a ti. Yo no inventé la canción. Así dice la canción: «…baila mi Lú conmigo». Yo solamente la canto para ti. Para que tu también bailes.
—Podrías decir algo como «…baila Alena conmigo».
—Pero así no es la canción —dice algo desesperada Yesil.
—¿Puedes inventar una canción muy bonita que diga mi nombre? —le pregunta Alena con ojos de gato con botas y una gran sonrisa en su rostro.
—Creo que si puedo. Pero para eso tendré que traer mi guitarra y… apagar la estufa para que que no se me queme la comida. Ahora vengo, no te bajes de la silla, sigue comiendo, no voy a tardarme, regreso en un minuto —dice Yesil mientras apaga la estufa y corre por las escaleras a traer su guitarra que guarda en su habitación.
Alena sabe muy bien cómo bajarse de esa silla, tan solo escurrirse poco a poco por debajo hasta tocar el piso con la punta de los dedos y ya está… ¡libre! Si corre rápido es posible que mamá no vea la entrada de la cueva donde guarda los tesoros. Y es posible que todavía queden algunos chocolates de la última vez. Ahora que está adentro parece haber menos luz que otras veces, y es posible que Bombo no pueda verla.
—¿Bombo, estás aquí? —pregunta muy bajito Alena.
Bombo ha llegado primero a la cueva y le ofrece a su gran amiga un viejo chocolate que estaba en el piso. Alena lo toma rápidamente y se lo engulle de un solo bocado.
—¿A qué jugamos, Bombo? ¿Quieres ahora ser tú el muchacho y yo te regaño? … A ver, joven, no está cortando las flores muy bonito … les tenemos que poner más agua para que las plantitas no se sequen. Y quiero cortar algunas flores blancas para Tony que le gustan mucho las flores blancas.
—¿Alena? —Se escucha un grito desde la cocina. —¿Qué no era tu plan escuchar la canción nueva que voy a inventarte? —dice Yesil mientras camina por el pasillo que da a la puerta principal.
Alena trata de no hacer ningún ruido al tiempo que pone su pequeño índice sobre su boca. Bombo la imita.
—Alena nena, Alena buena, quiere comida y quiere cena. —Se escucha rítmicamente el canto de Yesil acompañado de unos agradables acordes de la guitarra. —Alena buena, Alena sana, come comida y no se frena.
Unos suaves aplausos se escuchan al ritmo de la canción. A los pocos minutos Alena está bailando frente a su madre.
—Alena buena, Alena buena… —repite varias veces Alena. Yesil aprovecha la oportunidad y aprovecha a subir a la pequeña nuevamente a su silla y sigue cantando alegremente, mientras la chiquita empieza a tomar pequeñas cucharadas de su platito.