Alena no quiere acompañar a su madre esta vez. Intenta cruzar sus brazos para expresar su alto nivel de enojo, tal como lo hace su padre, y lo único que consigue es hacer una ligera X frente a su cuerpo. Frunce el ceño y para la trompa.
—Te compraré un helado cuando salgamos —le dice su madre intentando convencerla.
A punto de llorar y con esa dulce grave voz, Alena incrimina a su madre:
—¡Es que no me gusta ir ahí!
-—Lo sé cariño, es difícil para tí y es difícil para mí, pero tengo una idea: -—dice entusiasmada su madre— Ésta vez no tomaremos el camión….
—¡Pero viajar en camión me gusta! —grita Alena mientras abre sus grandes ojos, levanta su pecho y empuña sus pequeñas manitas.
—Creo que ésta vez usaré mis zapatos voladores; el viaje puede resultar muy económico y así no tendremos que esperar tanto tiempo para que llegue el camión, pero tendrás que confiar en mi durante todo el trayecto para que esto funcione, ¿confiarás en mi? —pregunta Yesil, su madre, con una gran sonrisa en su rostro para mostrarse irresistible.
Alena cambia su expresión, recordando lo que sucede cada primer jueves del mes.
—¡Sí confío! Pero hoy es día de caminar hasta la parada del camión y saludar a Tony, y si no saludamos a mi piedra puede ponerse muy triste.
—Podemos pasar de regreso a saludar a Tony y dejarle su florecita —la invita su madre.
—¡Y a comprar helado! —le recuerda Alena, que ahora parece muy entusiasmada de ir a su tratamiento en el hospital.
Yesil tapa los ojos de Alena con una mascada y la cubre con una suave cobija, mientras Alena empieza a experimentar una gran emoción. Toma de debajo de la cama una caja negra y lentamente se coloca un par de zapatos negros muy bien boleados.
—No te asomes Alena. Nadie puede ver mis zapatos mágicos o desaparecerán.
Bien, aquí vamos —dice Yesil mientras levanta amorosamente a su hija.
Lentamente Alena y su madre empiezan a flotar, tiene la sensación de que todo estuviera dando vueltas afuera de su cobija. Se pregunta que tan rápidos serán los zapatos especiales y cómo funcionarán, pues nunca los ha visto. Repentinamente recuerda a Tony y en una voz muy bajita le dice que más tarde irán a verlo. Poco a poco empieza a sentir como todo se mueve muy rápido. Estos zapatos de mamá son fantásticos. Funcionan increíble. De repente Alena siente algo parecido a un mareo y todo empieza a escucharse muy lejos…
—¡Llegamos Alena! —dice Yesil mientras le quita la venda y la destapa amorosamente—. Creo que pronto estos zapatos mágicos no podrán cargarnos a las dos… quiero decir, a los tres porque tu ángel de la guarda también esta creciendo mucho y cada día pesa más.
Alena lo sabe y sonríe.
—Hoy le darán de comer otra vez, ¿verdad mami? —pregunta Alena mientras entran al edificio principal del hospital—. Algunas veces me gustaría que mi angelito comiera por su boquita como lo hago yo.
—Alena, recuerda que los ángeles guardianes solamente pueden tomar el líquido que sale de las jeringas.
Alena repite la cantaleta que siempre escucha decir a su madre:
—Sí, ya sé. Si mi ángel sigue creciendo, me hará muy fuerte y me cuidará por siempre… pero cuando sea grande tendré que usar tus zapatos mágicos.
—Ya veremos —dice Yesil con una gran sonrisa en su rostro mientras abraza muy fuerte a Alena Me gusta más llevarte en mis brazos.