Existe una conexión especial entre una madre y su hija recién nacida que se ha intentado explicar desde la biología, la química, la genética y otras disciplinas. Se le suele llamar vínculo y no se ha descubierto, de momento, una explicación totalmente satisfactoria. Además de esa conexión, Laura Lamas y su hija Andrea comparten el vínculo especial de haber caminado juntas, una y otra vez, por el incierto territorio que separa la vida de la muerte.
Hubo un momento en que ambas estaban en la uci. A Laura le habían diagnosticado durante el embarazo una enfermedad rara que le provocó, después de parir, que su intestino se rompiese. La niña nació a las 24 semanas de gestación -el embarazo normal es de 40-, justo al límite de lo que los médicos consideran viable. Así que, al mismo tiempo, un equipo médico del Hospital Álvaro Cunqueiro se afanaba por salvarle la vida a la madre mientras otro luchaba por sacar a la niña adelante.
«Me llevaban a la uci para sedarme, me decían que posiblemente tendría un desenlace fatal», recuerda. «Yo les pedí que me abriesen en canal si hacía falta, que después de ocho años buscando a mi niña, tenía que aguantar por ella». En quirófano descubrieron su rotura de intestino y le salvaron la vida.
Pero su enfermedad es una condena. Se llama síndrome de Ehlers-Danlos de tipo vascular y se lo diagnosticaron a los tres meses de embarazo. «Los síndromes de Ehlers-Danlos son un grupo de enfermedades genéticas producidos por una alteración en el colágeno, y suelen tener hiperelasticidad en la piel o laxitud en las articulaciones», explica el jefe del servicio de reumatología del Chuvi, Ceferino Barbazán. El tipo vascular es muy extremo: «El paciente está expuesto a que un día se rompa de forma espontánea el útero, el intestino, una arteria…».
«El que más duró con esta enfermedad no pasó de los 56 años, pero yo tengo pensado batir el récord», dice Laura. Ella era consciente de que lleva una fecha de caducidad impresa en alguna de sus arterias, pero durante el embarazo le dio igual.
Cuando le dieron el diagnóstico ya le faltaba un pulmón. Le recomendaron poner fin al embarazo por los riesgos para su vida. Siguió adelante. «La noche anterior al parto me explicaron que no sabían qué podía pasar. Les dije que si no respiraba por sí misma, que no la reanimasen, porque le iban a quedar secuelas y yo no sabía si iba a estar aquí para cuidarla», cuenta.
Pero respiró.
Andrea nació con 650 gramos. Al poco, estaba en 600. Dos enfermedades durante su estancia en la uci de neonatos le hicieron caer a 500.
«El caso más extremo que hemos tenido es de 450 gramos», dice la jefa de sección de la unidad de neonatos del Cunqueiro, Ana Concheiro. Las estadísticas oficiales dicen que en Galicia el 7 % de los niños que nacen son prematuros. Andrea fue una gran prematura o prematura extrema, pero su caso no es infrecuente: la uci de neonatos de Vigo cuidó el año pasado a media decena de niños de 600 gramos.
Andrea es uno de los 175 bebés que se ha alimentado con el oro blanco del banco de leche que el Álvaro Cunqueiro creó hace dos años. Este servicio ya ofrece la alimentación materna a los hospitales de Vigo, Pontevedra y Ourense. «Ningún niño nacido con menos de 1.500 gramos en el sur de Galicia dejó de recibir alimentación exclusiva con leche materna en su primer mes de vida», asegura la doctora Concheiro. En el Clínico de Santiago también hay un banco de leche.
El banco de leche es el ama de cría moderna: las madres que producen más leche de la que necesitan sus bebés la almacenan y la donan al hospital. Allí se guarda en condiciones de esterilidad, se somete a rigurosos controles de laboratorio y, finalmente, se sirve a los niños que la necesitan. Se reserva a casos como el de Andrea, que tiene un año y un mes y que ahora da sus primeros pasos por el parque de Salvaterra, a las orillas del río Miño, mientras grita «¡Mamá!». Porque las dos siguen agarradas a la vida.
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