Nerea, de 25 años, recoge sus rizos dorados sobre la nuca para mostrar una cicatriz que le atraviesa media cabeza. Como un acto reflejo, su hermana Sandra, de 29, despeja su melena azabache de la zona del cuello para enseñar la suya. Es igual de larga pero más pronunciada, con relieves donde antes había puntos de sutura. Son las marcas imborrables que les quedaron tras más de 12 horas de cirugía para extraerles los tumores que se alojaban en la base de sus cerebros y que amenazaban con comprimir sus médulas. Unos tumores que siguen vivos pero ya no dañan a nadie. Las hermanas los donaron a la ciencia.
-Sandra les habla -confiesa Nerea.
-¿A los tumores?
-Sí. Les hablo porque al final forman parte de mí. Igual que llevo gafas, igual que soy morena.
-¿Qué les dice?
-Si estáis como estáis os podéis quedar, pero como crezcáis os van a tener que sacar…
Les habla en presente, porque le quedan al menos otros seis en el sistema nervioso central, del mismo tipo que el que ya le quitaron. «Como Blancanieves y los siete enanitos, tenemos a Sandra y los siete tumorcitos», lanza con desenfado Nerea y se echa a reír. El sentido del humor es el arma que usan para librar la batalla contra los invasores que crecen en su cuerpo. Sandra suma -a los siete que tiene en el sistema nervioso- tres más en el cerebro y la menor de las hermanas cinco en la médula.
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Fuente: http://www.elmundo.es/cronica/2016/07/14/577fe03cca47418c688b45a5.html