Yesil acaba de dejar a Alena en el kinder hace apenas quince minutos, cuando su teléfono celular empieza a repiquetear con ese tono insistente que caracteriza a las llamadas de emergencia. Del otro lado de la línea se escucha una voz calma, pero directa:
- Señora Ivanov, Alena tiene una fuerte hemorragia nasal. Ya le dimos su medicamento pero es importante que usted esté aquí.
Yesil siente como su estómago da una vuelta y empieza a sentir náuseas, sin embargo respira profundamente y con una sola exhalación contesta:
- ¡Gracias! Voy para allá. – Su mente ya está acostumbrada a reaccionar ante las emergencias, sin embargo no deja de sentir ese incremento en las pulsaciones y la temblorina en las manos.
En cuanto Yesil llega al colegio, la maestra Muriel la está esperando y la lleva inmediatamente al salón donde está Alena con el maestro José que ya conoce la indicación médica de recostar a la niña presionando ligeramente el puente de la nariz. Yesil le susurra al oído a la pequeña que ya está ahí con ella mientras le da un amoroso beso.
El maestro José es un joven ecuánime que ha ido tomando práctica de reaccionar a tiempo cuando se presentan complicaciones de la enfermedad de Alena.
- ¡Alena está rota! – grita Benito en un tono sarcástico.
-
No, Benito. Alena no está rota, solamente se han roto unas pequeñas venas que están por dentro de su nariz, y que son las que transportan la sangre a todo nuestro cuerpo – contesta el maestro José en tono calmado y sereno. – En un rato más el medicamento hará su trabajo, Alena se sentirá mejor y podremos continuar con la clase.
La pequeña Eli que habitualmente suele ser tímida para expresarse, comenta de improviso:
– Yo una vez me caí y también se me rompió la rodilla. Mi mamá me lavó con agua y luego me puso una bandita para que se me pegara otra vez.
Uno a uno dirigidos por el maestro, los niños toman turnos para ir expresando sus «experiencias de roturas». Yesil y el maestro escuchan atentamente todas las historias. Una vez que la hemorragia ha sido controlada, la madre de Alena agradece al maestro toda la atención y se marcha.
Ha llegado la hora del almuerzo y Alena se siente un poco débil. Cierra sus ojos y poco a poco empieza a sentir que su cabeza está muy pesada. Trata de incorporarse pero no lo consigue. Se siente triste porque mamá ya no está y no puede pedir ayuda porque los niños no suelen acercarse mucho a ella debido a su enfermedad, que le impide realizar muchas actividades físicas dada la fragilidad de huesos y su constante debilidad. Alena se percata de que está sola en un extenso campo, sentada en una vieja banca. A lo lejos se escucha un silbido y lo único que puede ver Alena en todo ese espacio es un largo riel por el que se acerca precipitadamente una locomotora. Una vez que la tiene enfrente, el maquinista la invita a subir con un suave ademán de su mano. Ella lo mira un poco extrañada y pregunta:
- ¿Quieres que me suba?
El maquinista le responde con una gran sonrisa y sin hablar empieza a cantar:
¡CHU-CHU, CHU-CHU!
CORRE, TRENECITO, CORRE POR EL CAMPO
LLEGA Y SE PARA FRENTE A LA ESTACIÓN
¡CHU-CHU, CHU-CHU!
QUE SUBA UN PASAJERO
¡CHU-CHU, CHU-CHU!
QUE SUBA A OTRO VAGÓN
¡CHU-CHU CHU-CHU!
QUE SUBAN MIS AMIGOS
¡CHU-CHU, CHU-CHU!
QUE SUBA LA AMISTAD.
Alena mira para todos lados y descubre que mientras el tren se mueve, poco a poco van encontrando a otros niños-pasajeros por el camino. Cada vez que aparece un niño, el maquinista para, lo invita con un ademán y vuelve a cantar la misma estrofa.
Conforme el tren se va llenando, Alena se siente más contenta. Durante el camino va platicando con otros niños-pasajeros haciendo nuevos amigos. Este paseo es muy divertido. Cada vez que alguien aborda, cantan todos, entrega su boleto y se sube al vagón de atrás.
En un momento determinado, el tren se detiene como de costumbre en una nueva estación, sin embargo, el niño-pasajero que quiere abordar empieza a pelear con Alena, él quiere viajar en el primer vagón pero su boleto indica que debe subir al último. Los demás niños-pasajeros le indican que debe subir atrás. Todos le explican que Alena fue la que subió primero, así que tendrá que seguir las reglas del maquinista y ocupar el lugar que le corresponde. Finalmente el desordenado no tiene más remedio que subir atrás. ¡El paseo ha sido maravilloso porque cantaban todos juntos!
Una vez en la estación principal, Alena escucha voces que parecen venir de lejos.
Su cabeza ya no pesa tanto y está rodeada de niños.
Cuando gira su cabeza, el maestro José está ahí. Quiere saber cómo se siente:
- Cuando estaba en el tren, jugaba con mis amigos, y cuando cantaba se hicieron más grandes amigos y entonces Benito ya quiso jugar también – dice Alena muy entusiasmada.
Las carcajadas de todos no se hacen esperar.