Un proyecto muy difícil se requiere para el día de mañana en el taller de carpintería. Don Martillo Pegador se siente solo y ha montado en cólera. Cada clavo que encuentra a su paso queda clavado de un solo golpe. Algunos clavos han empezado a temblar de miedo porque el golpe que reciben en sus cabezas es tan fuerte que los deja atontados. Uno a uno, los clavos van perdiendo la razón.
Hace unos días entraron al taller un grupo de clavos nuevos, robustos, oscuros y muy elegantes. Su cuerpo no es liso y brillante, llevan una finas líneas que envuelven su cuerpo en una espiral alrededor del cuerpo que los hace parecer más altos. Su cabeza parece estar partida en dos.
Don Martillo está asustado, se acerca a ellos sigilosamente y golpea con fuerza, pero ese clavo se resiste, no ha perforado la madera más que un poquito.
– Oye, ¿por qué no me obedeces? -grita Don Martillo-. Yo soy el jefe… y quiero que tú hagas lo que yo quiero.
– Io no soe un clavo y no tengo poqué obedecete. Soe una pija y no me wuta que me gopeen. Así que poco poco te va acostumbando a que las pijas no se gopea -le dice la pija en un tono extraño, calmado y firme.
Don Martillo no puede creer lo que la pija le dice. El nivel de su coraje se ha subido dos rayitas. Empieza a golpear la madera muy muy fuerte hasta que la rompe. Con cada golpe, da un grito:
– ¡Pijas tontas! ¡Pijas tontas! ¡Pijas tontas!
Todos los clavos están espantados. Nunca nadie había visto a Don Martillo tan enojado. Poco a poco se van escondiendo, huyendo hasta desaparecer por completo. Después de golpear tanto, Don Martillo está muy cansado, tiene ganas de llorar y falta mucho trabajo por hacer. Al mirar la madera se da cuenta que le ha hecho heridas y sin embargo la madera no dice nada. Acabar ese proyecto ahora se ve imposible.
Un clavo muy alto, fino y delgado se acerca a Don Martillo. Le habla muy suavemente, comentando:
– Don Martillo, me parece que no hay más clavos. Todos se han ido, excepto las pijas y yo. La madera está muy destruída y aún es muy importante unirnos a la otra madera.
– Esas nuevas pijas son tontas, son raras y nadie las quiere. Además están rotas de adentro – refuta Don Martillo.
– La pijas no somo tonta. La pijas somo difeente y sabemo uní madea. No etamo rota po dento, tenemo vuetitas paa que la madea se una con fueza y tenemo un amigo llamado Desamado que le wuta mucho tabajá con nosto – dice otra de las pijas. – Él no empuja fuete, fuete dando vuetas y de a poquito, así lentito vamo entando a la madea.
El clavo alto escucha con mucha atención y se queda pensando: «Yo soy lo suficientemente alto para alcanzar a la otra madera, sin embargo, no tengo la fuerza para mantenerlas unidas. Las pijas son muy fuertes pero muy lentas para unir la madera. Hemos perdido mucho tiempo con la discusión.»
– Don Martillo, tengo una idea, ya sé que tu puedes golpear muy fuerte, pero no es necesario si vas a golpear a un clavo delgadito como yo. ¿Te gustaría ayudar a las pijas para que unan la madera más fácil?
– Pero, ¿cómo? – pregunta Don Martillo.
– Tú ya sabes que puedes golpear clavos para unir madera, pero…. ¿alguna vez te habías dado cuenta que también puedes sacar clavos? Tú puedes ser lo que tú quieras ser, es tu elección. Con un golpe suave y preciso en mi cabeza haremos una guía; después con cuidado me sacarás de la madera y será el turno del Desarmador. Las pijas entrarán a la madera con más facilidad. No estás solo, Don Martillo. Las pijas no están rotas por dentro, son tan fuertes como tú. Tu naturaleza es pegar, es decir, UNIR.