A Pika le gusta comer del pasto más tierno y fresco que sale muy cerca de la tierra. A papá y mamá Ceronte les gusta más el pasto seco y amarillo que pueden masticar durante mucho tiempo.
Pika quiere acercarse más al lago donde nace ese pasto verde pero tiene miedo de alejarse de papá y mamá. Día a día se aleja unos cuantos pasos, mientras voltea constantemente para no perder de vista las figuras de sus «papis».
Un día Pika encuentra un arbusto verde, tierno y fresco y se entretiene enormemente disfrutando del fragante sabor a hierba. Cuando voltea la mirada, papá y mamá Ceronte han desaparecido de su vista. Pika empieza a temblar, se paraliza por unos momentos hasta que emprende una carrera desenfrenada siguiendo sus huellas. Pero el día está más seco que de costumbre y no puede distinguir las pisadas como cuando hay lodo. Su piel empieza a secarse. Pika tiene mucho miedo, así que empieza a correr en círculos con los ojos cerrados. Cada dos o tres vueltas los abre para comprobar si sus padres ya han aparecido pero no sucede nada. Su piel se seca un poco más.
Pika se siente abatida y empieza a llorar. Las lágrimas hidratan un poco la piel de su rostro, pero su cuerpo sigue seco. Mientras la desesperanza invade su corazón, empieza a sentir muchas ganas de tomar agua. Lentamente camina acercándose al lago, sin embargo, su mirada sigue buscando a papá y a mamá Ceronte. Una vez en el lago, toma unos sorbos de agua pero no está fresca. Toma más agua y el agua parece lodo, no quita la sed. Con dificultad traga un último sorbo.
El llanto de Pika se vuelve enérgico e impetuoso; ahora grita llamando a mamá. Sus gritos alertan a otra manada que bebe agua del lago cerca de ahí. Don Rhino se acerca a Pika lentamente para preguntar por qué llora, sin embargo, cuando Pika se da cuenta que no es papá Ceronte, se aleja del lago corriendo nuevamente.
Mientras camina se da cuenta que algunos arbustos secos y espinosos han ido rayando su piel. Algunos han dolido; otros no los ha sentido. Es posible que por eso a veces papá Ceronte se enoje, porque su piel no es tan dura como la de él. Es posible que mamá Ceronte ya no la quiera porque sabe que sus huesos en realidad son frágiles, débiles y quebradizos. Es posible que papá y mamá Ceronte ya no la amen más.
Pika se recuesta en la yerba agotada y desanimada, a punto de caer dormida. De repente, un sonido crujiente de pasto seco la anima. Cuando voltea su cara, mira una sombra grande a contraluz que habla amorosamente. La voz es suave y conocida. Otra voz más grave e igual de dulce, repite varias veces su nombre. Papá y mamá Ceronte están ahí, como si nunca se hubiesen ido.
Pika empieza sentir cómo el cuerno grande de mamá Ceronte la acerca a ella. El borde lateral del cuerno es fino y pulido. Poco a poco la piel de Pika se empieza a hidratar y a perder su dureza. Ni toda el agua del lago hubiera mitigado su sed.
Pika no sabe por qué a veces papá y mamá Ceronte desaparecen de su vista. Todavía no comprende cómo aparecen mágicamente; sin embargo cuando están cerca de ella y puede sentirlos, olerlos y escucharlos, sabe que todo está bien y que puede sentirse segura.